martes, 29 de enero de 2013

La gula, ese pecado simpático

En una entrada anterior escribía acerca de la lujuria (fornicatio, según la Iglesia primitiva), el primero de los 7 pecados capitales, según San Gregorio Magno allá por los siglos VI y VII, quien ordenó los 8 pecados y los redujo a 7, argumentando que la tristeza, anteriormente un pecado capital, es una forma de pereza. Así que ya sabéis, quien afirma estar triste, peca de pereza y, por tanto ha de ir a confesarse, puesto que morir en pecado capital implica viaje al infierno, ¡seguro!




Pues bien, vamos allá con la gula, el segundo pecado capital, según San Gregorio Magno y el más simpático de los 7. ¿Y por qué es simpático? Pues porque, realmente, es un pecado que nos hace gracia, pese a criticarlo vehementemente cuando descubrimos a un político del Ayuntamiento de Zaragoza (por ejemplo) que cobra más que el Presidente del Gobierno, poniéndose ciego de comer y de beber, habitualmente a costa del erario público. Pero, aunque criticamos duramente al pecado de gula y ebriedad (antes se llamaba gastrimargia para englobar los excesos de bebida y comida) dudo mucho que ni el Obispo Cañizares, ni Rouco condenaran a quemarse en los infiernos a un infeliz comensal que estuviese ahíto y llorando grasa procedente de una fabadita asturiana, un cocidito madrileño o un botillo berciano. ¿A que no?

















Hay personas mayores, de una ciertamente avanzada edad, habituales de los disfrutes de la vida a quienes ya sólo les quedad disfrutar de la comida.
Y también hay jóvenes que, al no poder conectarse en una fría noche invernal a twitter, twenti, facebook, line, whatsapp y otras aplicaciones en busca de unos brazos retozones, se entregan a la gula gastrimárgica como regazo acogedor y último refugio.  Visto todo esto, ¿cómo va a ser la gula un pecado tan capital, tan grave, tan mortal? 
No es la gula un enemigo fácil. ¡Qué va! Si te pilla, no te dejará marchar. Y, si le sonríes una sola vez, te acompañará por toda la eternidad. A veces, por la gula, se llega pronto al estado eterno. Gulosa y golosa no son lo mismo, ni se parecen. De hecho, la gulosa existe en forma de almíbar y es dulce y soluble en agua. Mientras que golosa es Bar Rafaeli y su campaña publicitaria de lencería. Por poner un ejemplo. Con el tiempo conoces a tu gula como a ti mismo: conoces tus manías, tus trucos, tus indirectas,... Hay quien tiene gula madrugadora y empieza ya por la mañana pidiéndote  unas porritas  con chocolate para desayunar ligero  de entrada. 


Se acabaron las tostadas, ni con mantequilla y mermelada, ni con aceite. La primera es snob; la segunda es excesivamente campera.

También está la gula religiosa. Es decir, aquella que te ataca a traición, sin aviso previo, como una mamba negra, a la hora del ángelus (para los no practicantes, el ángelus se reza a mediodía, que es la misma hora en que ves empezar a salir a algunos vetustos médicos de los hospitales "del seguro" hacia sus consultas y centros de gestión privada, porque ya no hay lista de espera, dicen algunos Consejeros de Sanidad). Esa gula religiosa, a eso de las 12 de mediodía te obliga a entrar en una cafetería llena de tapas, fritos de gambas con gabardina, vinagrillos, tostadas, tortillas de chorizo, canapés, bocadillitos y, por supuesto, su cañita de cerveza. 

Y, ya por último, pero no por ello menos peligrosa, tenemos a la gula nocturna.  La gula nocturna es una gula pendona, que te hace carantoñas, 
te coge de la mano, te invita a levantarte del sillón y te lleva a la nevera, a la caja de bombones, a la caja de galletas o a las chocolatinas... Y en esas estamos, la gula pidiendo, yo resistiendo, tratando de convencerla que quiero que nuestra relación sea más duradera y que, de seguir así, pronto la voy a dejar viuda a la pobre gula. 
Ya lo dice el refranero español: la gula y la concupiscencia, matan más que la abstinencia; o la templanza menos mata que la gula y la tomata; o más mató la gula que la espada; o quien cena carne asada, tiene su fosa preparada; o de las grandes cenas están las sepulturas llenas.

En esto, y sólo en esto, me identifico más con los británicos, ya que ellos afirman que "el comer bien es hermano del beber bien".

Es curioso que digan esto los ingleses, cuya cocina no es, precisamente, conocida por su popularidad entre los ciudadanos del mundo. Pero lo que sí es conocido, gracias al Duque de Argyll, es el gusto de la Reina Isabel II de Inglaterra por la bebida de alta graduación. Y allí está la Reina, tan pita a sus casi 87 años, gracias a la buena bebida que, como buena inglesa, tendrá hermanada a la buena comida. 


La buena comida va unida a los buenos deseos.

Deseo veros pronto por aquí.





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