sábado, 12 de enero de 2013

El "canalillo" de la general


De la vigésima tercera edición del Diccionario de la Lengua Española (que no castellana) de la Real Academia Española

canalillo.
(Del dim. de canal).
1. m. coloq. Comienzo de la concavidad que separa los pechos de la mujer tal como se muestra desde el escote.


Quien esté libre de miradas, sea hombre o mujer, que levante la mano. ¿Hay alguien en el mundo que no se haya detenido con delectación, extasío y asombro ante tal visual? ¿Es algo propio de viejos verdes? Porque yo les juro a ustedes que no soy un pervertido sexual. Y es que no me atraen las lolitas, y ahora que soy un gentleman con canas en las sienes, en el bigote y en la barba, aunque aún de muy buen ver distinguido, estiloso y elegante, que aún hago suspirar de amor a alguna bella señora, tengo que admitir que, el otro día, en La Bodega no pude dejar de mirar embelesado el escote de la camarera que me servía. ¿Horrible? ¿Patético? ¿Vergonzoso? ¿Horrendo? ¡¡¡¡Noooo!!!! ¡Curiosidad! Soy una víctima de la curiosidad, un falso culpable que lleva sobre sus hombros una pesada cruz: la cruz injusta de las apariencias. Mis ojos van al canalillo de la camarera como las manos van.... al pan.

Hay 2 clases de hombres: los que se asoman a un bello escote; y los que no. Contrariamente a mi pensar, los segundos tienen buena fama (para mí son tan sólo unos timoratos); los primeros soportan una horrenda leyenda. Yo padezco, muy a mi pesar, la fama de un verderol. 
Estoy casi seguro que la propietaria de mi mirada embelesada, que está muy buena y lo sabe, comenta con sus compañeras de trabajo: "ese de la mesa con el gintonic de Bloom es un viejete satánico que me mira con ojos de buey del Portal de Belén". Me consta, porque he visto asomarse a otras camareras y camareros a observarme, me señalan y sonríen entre ellas. 
Yo soy muy tímido, ¿saben ustedes? Y las orejas se me ponen rojas enseguida. Este rubor de los pabellones auriculares me delata y verifica mi culpabilidad de voyeur indecoroso.
Es por ello que cuando la camarera se acerca a mi mesa con el ticket de mi bebida, silbo, canturreo "nananianonaniano", miro hacia el techo, hago que leo algo muy interesante en la servilleta 100% negra,... Pero, finalmente, sin poder, o sin querer (no lo tengo claro del todo) evitarlo, mi mirada libidinosa se posa inevitable, inconmovible, inexorablemente, donde no debe: en esa abertura de su ropa por la que asoma el cuello y el pecho empuja desbocado para "despechugarse" provocativo.
La solución a esta aflicción es sencilla: cambiar de bar. Pero a ver cómo explico yo que no quiero cambiar de bar, que me gustan sus patatas asadas, sus gintonics de Bloom y ¿por qué no decirlo? el escote de Nora.

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