sábado, 27 de julio de 2013

Llega el veranito... ¡Y las vacaciones!

A mí me gusta mucho el verano. Me gustaría más si no hiciese tanto calor en Zaragoza. Pero...
Y me gusta el verano por 2 razones fundamentales:
  1. Las vacaciones
  2. Las claritas con gaseosa o limón
¡Qué tontería! Pero así es. Da un gustazo eso de decir a los compañeros de trabajo "adiós, adiós, hasta la vuelta". ¡Uff!
Los mortales aprovechamos esos días para viajar por afición, y no por obligación; para hacer todo ese ejercicio físico que se nota que no hemos hecho en la cinturilla y los pechotes; empezar ese álbum de fotos electrónico que sabemos al inicio que nunca lo terminamos; quedarnos en Salou, Cambrils o Miami Playa saludando a los zaragozanos de toda la vida y... conocer bellísimas mujeres. 

Lo peor del verano es que el vino, el buen vino, también se va de vacaciones. Y llegan al lugar de veraneo la sangría, el tinto de verano y los blanquitos bien fríos. Y, en los ambientes más norteños y más juveniles, también llega el kalimotxo. 

Y, si se te ocurre la sensual idea de degustar un buen vino tras la cena, te ofrecen, generosa y profusamente, eso sí, los vinos peleones de tapón de rosca o plástico, marca Savin, o un clarete al que, exagerando, llama rosado el camarero. Será que los amores y los tintos de verano se viven y se beben sin pensar en "qué pasará mañana", de forma alegre y desvergonzada, que para eso estamos en verano ¡y de vacaciones!

Pero, ¿regresan alguna vez esos amores de verano?

¡Pues claro que sí! Regresan una y otra vez. Y vuelven. Y no envejecen. Lo he experimentado. De este modo, en el recuerdo, las arrugas no marchitan los ojos verdes de aquella guapa francesa del verano pasado. Tampoco queda ajada la risa de aquella sevillana de hace ya casi 30 años. La memoria es acojonante: olvida, además de a los amores de verano, el mal vino tinto, el mal vino blanco, la sangría y el kalimotxo. Pero lo que no puede olvidar son esas claritas de cerveza, elcrujir de las patatas fritas y el olor de las aceitunillas en los dedos. 
Los vinos fríos se beben y se olvidan. Del verano sólo quedan los gestos, los roces de las manos, algún beso apasionado, la mentira compartida de un "te quiero" con sabor ferroviario,... Y así, los amores de verano se esfuman entre las nieblas del invierno siguiente.

En verano, durante las vacaciones, donde esté una clarita fría, bien tirada, no hay sitio para el tinto de verano. 
La verdad es que esos vinos veraniegos no están tan malos, pero es una manera de venganza contra mí mismo, contra los calores de Zaragoza en julio y agosto, contra la despedida fugaz y, sobre todo, por el dolor profundo de unos ojos verdes que nunca (nunca digas nunca), jamás, olvidaré