sábado, 15 de diciembre de 2012

La vida es una bolsa de comida

Desde la Reconquista de los herederos de D. Pelayo a los árabes (los moros, se los llamaba entonces; y aún se les confunde ahora) los españoles hemos estado siempre por encima del bien y del mal. Los cristianos viejos, conquistadores de "lo nuestro" eran nombrados condes, duques, marqueses, barones, o cualquier otro titulillo que, básicamente, servía para vivir sin trabajar, para vivir como Dios, por quien habíamos reconquistado España en nombre de Dios, de Santiago, de San Jorge, o de San Daigual.

La cosa es que desde entonces, y más acusadamente, desde Carlos I y Felipe II, hemos mirado al mundo como hijosdalgo (o dalguien), así como por encima del hombro.

Los anglosajones, sumamente prácticos, exceptuando a las viejas familias, o mejor aún, los norteamericanos, gente pragmática donde las haya, gentes pudientes y ciudadanos de un país con recursos, reclaman sin ningún pudor, por ejemplo, lo que sobra en las fuentes de comida cuando van a comer a un restaurante: las famosas "bolsas para el perro". Los norteamericanos lo tienen claro: "si yo lo pago, es mío". Es casi un Derecho Constitucional. Y en los Estados Juntitos, cuando un comensal pide que les preparen la comida que les ha sobrado para llevarla a casa, nadie les mira sorprendido, ni nadie piensa que sean unos miserables.
Los españoles, sin embargo, herederos de los tronados hidalgos castellanos, elegantes y estéticos como nadie, hemos dejado a medio consumir sobre las mesas de los restaurantes bandejas y bandejas, botellas de vino, cañas, botellas de cava, etc etc, que aparecían en nuestras facturas, que abonábamos religiosamente y cuyos contenidos terminaban, en la basura (caso de las fuentes de comida), o en la recocina trasegados con alegría por los camareros y cocineros del lugar (caso de las botellas recientemente descorchadas).
¡Qué hidalguía la española! ¡Qué saber estar! Y ahora, que estamos en la miseria, que no nos llega el subsidio a final de mes, recordamos el esplendor de "los otros" (no los de Amenabar), la abundancia de las vacas gordas que disfrutaron todos los demás. Hasta ahora, hidalgos sí, sin presente, pero con futuro: pobres conformados, de clase media, con una cierta culturilla, con un "saber hacer-saber estar", que sabíamos que "Mari Pili, el dinero no da la felicidad". Y, en esa época, sin presente, pero con futuro, nos descojonábamos de la vida y nos pedíamos "otras 2 cañitas y una de papas bravas" en los bares (¡qué lugares!).
Pero ahora, llega la Merkel, que se crió en la Alemania de Este, sin bares, sin cocacola, todo tristeza y color gris, y Europa-Alemania nos quita el futuro. Antes éramos pobres sin presente, pero con futuro. Ahora somos aquellos a quienes los banqueros nos sedujeron a Mari Pili, y entre los banqueros y los de los trajes de alpaca que se reúnen en la Calle de Fernanflor, número 1, de Madrid, se nos han llevado la risa y las papas bravas y nos han dejado unas lágrimas que al principio fueron furtivas ("sobre todo que no se enteren los amigos que me he quedado sin trabajo, ¿eh?"), después fueron públicas, a continuación llegó el pavor nocturno de los desahucios, los "jipíos" y el rechinar de dientes.
Ahora al camarero ya no le pedimos lo que nos sobra del restaurante "para el perro". Ya no cuela. Ahora decimos que es pare ese amigo, ingeniero informático, para un primo arquitecto, o para ese desdichado registrador de la propiedad sustituto que, como Francisco Riquelme, no tiene dónde caerse muerto.
Los perros para el doggy bag siempre hemos sido nosotros. Los perritos de los españoles no comen "sobras". Comen Royal Canin, Eukanuba y otras marcas de renombre gastronómico internacional. ¡Acabáramos!
Ahora sabemos que los perros somos nosotros, y para obtener comida, en Europa hemos de mover el rabo.


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