domingo, 10 de marzo de 2013

Cuando iba con mi mamá al mercado...

Hace más de 40 años, cuando acompañaba a mi mamá de la mano a la cola de la pescadería, o de la frutería,  o de las legumbres, entre 1965 y 1970, al Mercado Central de Zaragoza, nunca pude llegar a hacerme idea del daño que podía llegar a hacer el mercado.

En aquellos años los puestos ofertaban lo que había,... y mi madre compraba lo que podía pagar. Los puestos eran tristes, sucios, con una mezcla de olores y colores que a mí, no sé por qué, tanto me gustaban, como me disgustaban. Frutas, verduras, encurtidos, carnes, pescados, huevos, pan, bollos, pollos y conejos colgando de los ganchos, las carteas de cerdo,... ¡Hasta huevos de ocas! El mercado tenía aspecto triste, humillado, cansino,... Era ese sitio donde las familias compraban a diario por 2 motivos: 

 El primero, y principal, porque no había dinero para hacer "la compra del mes".

El segundo, pero no por ello menos importante, porque los frigoríficos como los entendemos hoy, no existían. Sí es cierto que había unos modelos que, al cabo de varias horas (habitualmente toda una noche) obraban el milagro de solidificar el agua, pasando ésta de su estado líquido al sólido. No existían los arcones congeladoires, ni los "no-frost", ni eran capaces de conservar en buen estado de congelación los alimentos durante más de un mes.

Prácticamente, los frigoríficos de aquella época eran una especie evolucionada de las fresqueras.

En aquellas neveras de los años 60, que no eran comunes, ni mucho menos, en todas las viviendas, se oreaban (casi mejor que se conservaban) las carnes, los pescados, las frutas, las hortalizas,... Y cada nevera fabricaba su propio micro-clima  en unas era un micro-clima santanderino, en otras un micro-clima más parecido al de Ribadeo, y así cada una de las neveras de la época. Eso sí. conseguían prolongar durante unos días más la corta vida de los alimentos frescos que se compraban. Bueno, ¡a veces no tan frescos! Recuerdo a mi madre oliendo la carne, mirando las agallas del pescado para comprobar que el pescadero era honrado y había cumplido honestamente con su misión de vender sólo el pescado que se había salvado del horror de la podredumbre de sus carnes blancas.



Hoy, ya en el Siglo XXI, ese mercado en blanco y negro se ha llenado de color, de diseño, de frutas lavadas y abrillantadas, de pescado congelado en nitrógeno líquido para que no pierda sus cualidades organolépticas, las carnes son esplendorosas, hay todo tipo de productos ultramarinos,...  ¡Qué belleza, qué juvenil, qué atractivo es ahora el mercado!

Pero, a la vez, ¡Qué cruel! ¡Qué despiadado! El mercado del Siglo XXI sirve los desahucios como el que dispensa pipas de girasol a granel, sin ningún reparo moral.


Aquél mercado de los años 60, triste, humillado, cansino, famélico,... se ha transformado en un animal despiadado, en una transformación adaptada a los tiempos que corren del tigre dientes de sable. Aunque este modelo de tigre no sólo mata, sino que además engulle familias enteras, despedaza hombres, prostituye a las mujeres, enriquece las arcas más infames y canallas de España y humilla a todos los parias de la tierra, aquellos esclavos sin pan, mientras es capaz de defecar, única y exclusivamente dividendos, prebendas y todo tipo de estafas que reparte con largueza entre sus sacristanes, amigos y monaguillos. "Gracias, Don Luis", dicen los colaboradores de la 
gran transformación de mi mercado de los 60 en el mercado de hoy (Rajoy, Cospedal, Acebes, Mayor Oreja, Rato, arenas, Álvarez-Cascos, Palacio, del Castillo, Trillo, Arriola,... ¡hasta Jiménez Losantos!... Y ahora, parece que también nuestra Presidenta Rudi ha cobrado sobresueldos). 
Lo más horrible de esto del mercado del Siglo XXI es que no lo vemos. El Mercado de los 60 estaba ubicado, tenía una dirección, un domicilio, una sede, un edificio. Los mercados del siglo XXI no sabemos dónde habitan. ¿Habitan en Bankia? ¿Tal vez los mercados están "en Bruselas"? ¿Será el mercado Angela Merkel? ¿Alguien sabe lo que piensa este mercado? ¿Tal vez el mercado sea aquello que piensan George Soros, Warren Buffet,  Sheldon Adelson, Carlos Slim y Amancio Ortega? Tampoco hay nadie que parezca saber qué es capaz de aplacar la furia de este mercado, ni la Merkel, ni la Troika, ni Bruselas,... ¡¡¡ni Dios!!! ¿Qué entretiene al mercado? 
Ahora, cuando voy al mercado, a mi Mercado Central en Zaragoza, observo los colores y miro las estanterías repletas de frutas y verduras maravillosamente expuestas, abrillantadas, pulidas, perfectamente ordenadas en sus expositores. Pero...


Pero lo observo todo con stupor. Voy asustado. Ya no voy cogido de la mano protectora de mi mamá. Y me siento vigilado, por miles de cámaras, como en una nueva y enorme edición de Gran Hermano. Veo sus ojos, siento su aliento en mi espalda. Estoy a lo que el mercado disponga de mí. Ya no sé si trabajo para el mercado, o si soy su enemigo más letal. No sé si soy el verdugo de las familias desahuciadas por el mercado, de los hombres desmembrados por el mercado, de las mujeres obligadas a prostituirse por el mercado,... O si, por el contrario, soy otra víctima del mercado. 

¿Hay algún responsable último de este desaguisado? Yo creo que sí. Y sé quién es. 

El último responsable de todo esto es Dios, y por ello Benedicto XVI, en un ejercicio de responsabilidad, ha dimitido. ¡ A ver si cunde el ejemplo, D. Mariano Rajoy Brey!

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